martes, 22 de julio de 2008

Bosnia-Herzegovina

Radovan Karadzic ha sido arrestado en Belgrado.
El que fuera calificado como uno de los autores de la terrible “limpieza étnica” durante la guerra de los Balcanes, tendrá que rendir cuentas, por fin, ante el Tribunal Penal Internacional.

Justo hace un año tuve la oportunidad de viajar a la antigua Yugoslavia.
Es maravilloso recorrer la costa Dálmata con sus cientos de islas, sus ciudades costeras llenas de música, el color del Adriático, la luz del verano en los pinos, los robles, los olivos... Es una delicia en ese ambiente leer de historias del antiguo Ducado de Venecia, de la República de Ragusa, y trasladarse al siglo XV, XVI...
Cuesta imaginar la historia terrible más reciente.
Paseando por Dubrovnik, comiendo pescado fresco en uno de los muchos restaurantes del puerto, viendo la animación de las calles desde una agradable terraza..., parece increíble que hace muy poco, en 1991, esa ciudad relajada y feliz fuese una ciudad asediada, bombardeada, incendiada.
Al llegar a Montenegro se sigue respirando ese saber vivir tan típico del Mediterráneo, y la costa se mezcla con ciudades llenas de palacios renacentistas, iglesias ortodoxas, calles empedradas llenas de flores y, muy cerca del mar, altas montañas. Es difícil ver en esas montañas a los que huían de la Guerra, tal y como mostraba la televisión hace tan sólo unos años.
Sí, cuesta en lugares idílicos imaginar el miedo, las bombas, los campos de concentración. Cuesta...hasta que se llega a Bosnia.

En Bosnia no hay turismo, no hay costas, no hay islas. En Bosnia no hay un sentimiento de nación como en Croacia. No hay una unión entre sus ciudadanos como en Eslovenia. Tampoco hay en Bosnia tantas ayudas internacionales para reconstruir lo atacado en la Guerra como, por ejemplo, hubo en Dubrovnik.
No, en Bosnia se ve todavía lo que pasó. Se ven los agujeros de los disparos en los edificios y es patente la tensión y la desconfianza entre sus gentes. Porque no se trata de tener como enemigo por siempre al del país de al lado, como ocurre en el resto de la antigua Yugoslavia. Se trata de que el enemigo vive en la calle de enfrente, en el piso de arriba. El que fue enemigo durante la Guerra sigue siéndolo y estando ahí, en lo cotidiano de cada día.

Lo que pasó fue terrible para todos, bosnios, croatas, serbios, montenegrinos..., Además es de justicia tener en cuenta que los que hiceron de verdugos, años atrás, en otros terribles conflictos, fueron las víctimas.
Aún así, en el horror de los Balcanes, fue Bosnia el territorio que más padeció la Guerra, fue allí donde la Guerra tuvo más carácter de Guerra Civil que en ningún otro sitio, y fueron los bosnios musulmanes los que más sufrieron los asedios, los campos, las persecuciones y las matanzas.
Y ahora, la mala situación económica, las diferencias no resueltas entre razas, orígenes y religiones, el cerrar en falso una herida de siglos, el abandono de la comunidad internacional..., no hacen más que mantener lo de siempre, el odio.

Ójala el arresto de Radovan Karadzic sea el principio de la verdadera paz. Ójala...

Bosnia-Herzegovina
Fotos tomadas en el verano de 2007

sábado, 19 de julio de 2008

¿Qué tendrá Glasgow?

GUN
"Seems like I´m losing you"
Releo el último correo de S. Me cuenta del “Rock In Rio”, de la animada música de Café Tacuba, de Lenny Kravitz y un concierto con la gente entregada, me explica cómo le decepcionó y aburrió Bob Dylan, y me escribe entusiasmado de Franz Ferdinand y de lo mucho y bien que sonaron, de lo elegantes que son, y de la potencia que derrochan en directo.

Pienso en Bob Dylan. Cuando yo lo ví hace unos años no sólo me aburrió y decepcionó, también me cabreó, y mucho. Tuvo entonces la idea de tocar los temas más íntimos y míticos a golpe de guitarrazo, mientras que los nuevos más cañeros los hizo desenchufado. No me gustó nada. Su entusiasmo en el escenario, además, fue nulo. Ni dijo buenas noches, ni gracias, ni hizo un bis... Mal en las formas y en el fondo. Penoso.

Y luego me pongo a oír a los Franz Ferdinand. Siempre me gusta escucharlos. Están muy bien, con más pop que rock, para mi gusto, pero muy bien. Siempre es bueno escuchar esa música tan típicamente british, tan típicamente Glasgow. Y pienso en otras bandas de Escocia. Tantas y tantas...
Entre ellas recuerdo muy especialmente a los GUN. Busco “Swagger”, el disco que nos firmaron a mi hermanita y a mí en un momento friki de esos que tenemos a veces, busco el siguiente, con su título lleno de números, y está en la estantería, pero sin el CD, vacío...estará en el coche, me digo...tarareo canciones, en un intento fallido de imitar al cantante, que tan bien canta y tanto me gusta...recuerdo un concierto suyo sonando la banda, como dice el tópico, como un cañón, con una potencia que hacía que temblara todo...uno de los mejores conciertos que yo he visto...busco en goear, en youtube y suena un tema, otro, otro...

¿Qué tendrá Glasgow?

GUN
"The only one"

miércoles, 9 de julio de 2008

Tú y yo

Llegamos a París cuando atardecía, después de unos días agotadores por las carreteras de Francia.
Tú era la primera vez que visitabas la ciudad. Yo estaba deseando llevarte por ella.

Esa misma noche, cálida como todas las de aquél mes de Agosto, anduvimos por el Boulevar de Grenelle, por la rue Desaix, por los Campos de Marte...Íbamos tú y yo de la mano, pegados el uno al otro por las calles de París. Cuando nos besamos, la ciudad empezó a ser un poco nuestra.

Aquellos días yo te conté de Eiffel y del hierro y el acero, y te llevé hasta La Villette y tú me mirabas sonriendo y hacías como que te interesaba el Parque Tecnológico.
Tú me hablaste de conquistas de Napoleón, de los impresionistas d´Orsay, de revoluciones, de París tomada por los alemanes, y yo, aunque no vestía de azul, me sentí como Ingrid Bergman.

Una tarde, sin prisas, recorrimos tú y yo los jardines del Museo Rodin. Esculturas preciosas, como “El Beso”, parecían ser nosotros.
Después cenamos en un acogedor restaurante de Saint Germain, uno de esos lugares tan típicos de París en los que la falta de espacio obliga a estar cerca. Así estuvimos, muy cerca, sí, y nos hablamos en voz baja, y tú me dijiste y yo te dije.
Y cuando acabamos la comida y nos bebimos el vino, la línea 10 del metro nos llevó a la rue de Lourmel donde estaba nuestro hotel. Y subimos a la pequeña habitación y llegamos con esa apetencia del uno por el otro, con esas ganas de todo el día, de cada noche, con ese querer estar muy juntos, tú y yo, muy juntos.

Y otra tarde, callejeando cerca de la Sorbona por la rue Valette, nos encontramos con una calle de esas preciosas y estrechas, con aceras más estrechas todavía. Tenía aquella calle el aire y el encanto del París de los años cincuenta.
Y encontramos allí una tienda de música. Buscamos y rebuscamos, tarareamos títulos que leíamos escritos en una carátula, en un catálogo, apartamos lo que nos gustaba, yo hablaba con el dueño y te traducía...
Disfrutamos, una vez más, de esos pequeños momentos, de esas pequeñas cosas que nos encanta hacer, y, mirándonos y pensando en tantas y tantas canciones comunes, nos sentimos, tú y yo, fuertes, arrogantemente unidos los dos. Tú y yo, dos compañeros, dos amantes.

Entre otros, compramos un disco de Jacques Brel.

 
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