sábado, 10 de febrero de 2007

Orhan Pamuk


Cuando se llega a Estambul, Estambul sorprende. Unas horas después, engancha.
A muchos les ocurre. A mí también me pasó.

Puede que a uno le gusten las anchas avenidas, limpias, luminosas...da igual, se disfrutan las irregulares y sucias y animadas calles de, por ejemplo, la vieja ciudad alrededor de Süleymaniye.
Quizás uno está apartado de la religión, de todas, mucho más de la musulmana; aún así, caminar descalzo por las enormes alfombras de las Mezquitas hace sentir sosiego, paz y belleza.
Se puede tener pasión por los grandes palacios europeos y pasar horas y horas en Topkapi imaginando cómo vivieron los sultanes y después cambiar paseando por el barrio medio en ruinas de pescadores de Kumkapi y aprender que las gentes más humildes no dejan de tener un punto de alegría.
Alguién puede esperar coherencia, pero ésta es una ciudad de contrastes, y por ejemplo la avenida que rodea la parte más auténtica de la antigua ciudad es casi futurista y además tiene el nombre menos estambulí posible: Avenida Kennedy.
Se sufren en las grandes ciudades el tráfico y los transportes públicos, sin embargo, en Estambul, el caos continuo de coches, autobuses, modernos tranvías, se compensa con la maravilla de coger otro tranvía, el antiguo y bien conservado que sube desde Gálata hasta Taksim recorriendo una calle llena de bares, pastelerías elegantísimas, restaurantes de todo tipo, tiendas de moda y lujo y llegando a la plaza más moderna y cosmopolita de Estambul.
Y cuando uno está casi desbordado de sensaciones, pensamientos... entonces hay que emocionarse un poco más, hay que ir desde Eminönü hasta, por ejemplo, Anadolu Kavagi, hay que notar el contraste entre la parte europea y la parte asiática de la ciudad, hay que recorrer lo que más aman los estambulíes: hay que sentir y vivir el Bósforo.

Y para entender un poco lo que es el Bósforo nada mejor que leer el libro “Estambul” de Orhan Pamuk. Cuando apareció en las librerías supe que el libro iba a gustarme y mucho. Y no porque lo escribiese un Premio Nobel, sino porque nada podía disgustarme si hablaba de Estambul. Y menos si lo escribía alguien que ha nacido y vivido y querido tanto a su ciudad como Pamuk y que con sus libros y su persona defiende y pide para su tierra aires de libertad.
Muchos en su país lo quieren y lo apoyan por ello, por esa libertad ante el pensamiento y ante la vida que mantiene, pero otros, una minoría radical, persiguen, literalmente, matarle. Por eso la semana pasada se vio obligado a abandonar su barrio, sus gentes, la casa familiar en la que ya vivían sus abuelos y ahora vivía él. La semana pasada comenzó su exilio y abandonó su ciudad.
Leo las muchas palabras que escribe sobre el Bósforo. Siente el Bósforo con pasión y al leerle yo siento las muchas sensaciones que me llegaron cuando lo recorrí.
Recuerdo que después de vivir la ciudad y sus gentes, cuando llegó el momento de marcharme, camino del aeropuerto, me di cuenta de que siempre recordaría con gusto y cariño Estambul y, especialmente, el viaje por el Bósforo.

Hoy, ahora, imagino la desolación y la pena de Orhan Pamuk ante la injusticia de tener que abandonar el Estambul que tanto ama. Pienso en la tristeza enorme que debe de sentir al dejar de ver el azul, el intenso y hermoso color azul del Bósforo.



Fotos del Bósforo (Estambul, Abril 2006)

 
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