viernes, 23 de marzo de 2007

AB, CD, EF, GH,...

Las primeras agendas electrónicas o las modernas PDA, una sencilla excel o una elaborada base de datos, la agenda “virtual” del teléfono fijo o la SIM del móvil; ninguna ha eliminado a la clásica agenda. Es más, los sistemas modernos utilizados se renuevan continuamente y de ellos aparecen y desaparecen con rapidez nombres, números, direcciones,... y, sin embargo, la agenda de toda la vida, la de papel y tapas duras, la de escribir a mano y tachar y volver a apuntar y reescribir, destinada sólo para lo personal, sigue ahí y dura más y más años y se renueva menos.

Cuando llega el momento en el que esa agenda que quizás nos ha acompañado durante cuatro o cinco años se cambia por una nueva, comenzamos con la emoción de estrenar, como cuando de pequeños escribíamos en un cuaderno nuevo un rótulo que anunciaba: “2ª Evaluación”. Ese momento empieza con el olor del papel nuevo y con la ilusión de escribir a mano, algo, tan, tan raro en los tiempos que corren. Definitivamente, agradables sensaciones.

Se van escribiendo los nombres de los amigos de siempre. Estaban ahí en la agenda anterior, estan en ésta, se vuelven a copiar en la próxima. Y lo que es, probablemente, una de las cosas más importantes de la vida, la confirmación de quién permanece, se convierte en un acto de escritura sin más, en algo mecánico, asumido.

Pero en seguida aparece el primer golpe de melancolía: escribir una dirección lejana hace pensar en ese “tan cerca/tan lejos” tan difícil de llevar a veces, en los kilómetros que siguen siendo muchos a pesar de las rápidas autovías, del messenger o de los aviones.

Y después aparece el segundo. Este segundo golpe es directamente de tristeza, de esa dura y profunda tristeza que encoge el estómago al leer el nombre de alguién que murió hace tres años o hace tres meses. Y se toma la decisión, en un intento de ignorar lo inevitable, con un gesto tan rebelde como inútil, de volver a escribir en la nueva agenda ese nombre. Siempre.

Peor es lo contrario: decidir que un teléfono, unas señas, escritas desde hace tiempo, no van a formar parte de la recién estrenada agenda.
Puede que sean datos de personas que no han sido demasiado importantes, gente de paso con la que el contacto duró poco.
Quizás se trate de amistades en su momento valiosas pero débiles ante los cambios de escenario y ante el paso del tiempo.
O ese teléfono que definitivamente no va a volver a ser escrito ni marcado ni memorizado, es de alguién a quien quisimos mucho, alguien que salió de nuestra vida mientras pensábamos en esa canción que decía “se nos rompió el amor de tanto usarlo...”
¿Qué será de todos ellos?, ¿en cuál de todas esas direcciones que tenemos estarán ahora?, ¿qué móviles, qué calles, qué ciudades estarán ellos apuntando en sus agendas?

Pero lo peor, lo más desolador, es encontrarse de repente con un nombre apuntado en la agenda pero borrado totalmente de nuestra memoria. En su momento ese nombre, ese amigo o conocido, sería lo suficientemente importante como para formar parte no de la agenda de trabajo ni de otras cuestiones, sino de la agenda personal, la de la gente casi siempre elegida por afinidad, por gusto o simple amistad. Y, sin embargo, ahora nos es imposible reconocerlo, ponerle cara, datos, recordar un momento, aunque sólo sea uno, vivido con él.
¿Cómo puede ocurrir? Si además se hace de las relaciones con los demás los cimientos de lo que quiere ser uno mismo, ¿cómo es posible que haya personas que aparentemente no dejen ninguna huella en nosotros?. Y este desconocimiento ¿será mutuo?, ¿qué parte de nuestra persona quedó en ellos?, ¿y ellos, qué nos dejaron?, ¿algo que no reconocemos?, ¿o nada, quizás?.

En el perfil de su blog, senses&nonsenses, dice:
“Somos los libros que hemos leído, las películas que hemos visto, las canciones que amamos. Somos nuestros amigos, nuestros maestros...” Estoy de acuerdo. Somos en parte aquellas personas que hemos conocido, que hemos tratado. Y aún sin quererlo, a algunas de esas personas, las olvidamos. Puede que también olvidemos, un poco, a veces, lo que somos.

lunes, 12 de marzo de 2007

ÉL, la pintora, el dibujante y una escritora

“La escritora” (entre muchas comillas) soy yo, y lo que aquí se lee, el pobre resultado de mi escritura. Tan lejos están estos posts de ser lo que a mí me gustaría que fuesen, que ha podido más la vergüenza que el ego y sólo una persona, ÉL (con mayúsculas), sabía de la existencia de este blog. Nadie más.

Hasta hoy. Yo le dije a ÉL: “no le cuentes a nadie que escribo un blog” . Y ÉL ha dicho hoy: “Cristina escribe un blog”. Todavía no sé qué parte del mensaje no le quedó clara, el hecho irrefutable es que, desde esta tarde, dos personas más conocen lo que torpemente escribo. Esas dos personas son la pintora y “el dibujante”.

La pintora (sin comillas) es genial y pinta cosas preciosas. Hace ya unos cuantos años me regaló su primer óleo. A ese siguieron otros, más y mejores; pero, para mí, el que me regaló, el que aquí pongo fotografiado, siempre será mi preferido.

Y “el dibujante” (con unas cuantas comillas) es mi hermano. El nombre de mi blog le ha permitido dar rienda suelta al sentido del humor y a la ironía que le caracteriza, es decir, reírse de su hermana que soy yo y de mis ocurrencias. Ha tomado al asalto una servilleta del bar en el que estábamos y, entre cachondeos por su parte y protestas por la mía, ha hecho la muy elaborada ilustración que sigue.

Vaya para ellos tres: la pintora, “el dibujante” y “ ÉL”, desde este blog, todo mi amor.

Y, por supuesto, para los que de vez en cuando leéis algo de lo que escribo, para los que leéis, incluso, con paciencia, tonterías como ésta.
Como dice en la servilleta, “gracias por su visita”.
Como dice Bunbury en su canción, “astronauta soy, en órbita lunar...”

viernes, 2 de marzo de 2007

Uno sólo conserva...


"Despegando" (Aeropuerto de Newark, Julio 2004)

Tiene dieciocho años y ganas de no pararse ni un solo día, ni un minuto. Tiene un grupo en el que toca el bajo y con el que hace música fuerte, directa y potente. Es estudiante y tiene inteligencia suficiente para, aún estudiando más bien poco, llevar bien el curso; de hecho tiene posibilidades de conseguir una beca y está deseando que se la concedan para marcharse a estudiar fuera. Y es que también tiene muchas ganas de aprender de verdad idiomas, de ver cómo son las cosas en otro país, de conocer y tratar a otras gentes. Tiene prisa y, mientras llega o no el “erasmus”, piensa en este verano y en hacer un viaje con algunos amigos en plan mochilero por Alemania y pasar muchas, muchas juergas. Tiene en mente ir a Londres y ver conciertos. Y tiene ganas de acabar de estudiar y ponerse a currar y tener algo de dinero y poder independizarse. Tiene ganas de apañárselas él sólo.

Y también tiene, desde hace casi un año, una novia.
Al principio no eran las cosas así, ella no era así, le gustó mucho precisamente porque no era así, o eso creyó él, pero ahora sí que es, es de ese tipo de chica que no quiere que su novio vaya a ningún sitio sin ella, mucho menos un año fuera de España, de “erasmus”. Ella no quiere que él piense en juergas o en conciertos. No quiere que unos días de verano los pase de viaje con los amigos. Y si se trata de chicas, ella no quiere que él las tenga cerca; ni como amigas, ni como compañeras, ni como nada. No quiere que piense ni en independizarse, ni en vivir sólo, ni en compartir piso con otros que no sean ella.

Me cuenta que ni puede ni quiere vivir bajo control. Nunca. Mucho menos a los dieciocho años.
Y mientras me pregunta si hace mal en querer romper y se pregunta cómo hacerlo con cuidado, recibe siete llamadas en el móvil. Es ella que quiere saber cada diez minutos dónde está, qué hace, con quién...
Le digo que no, que no hace mal. Y aunque le gustan grupos como “Machine Head” o los “Korn”, le recuerdo un poco de una canción preciosa de Jorge Drexler, esas palabras de la canción “Mi guitarra y vos” que dicen que “uno sólo conserva lo que no amarra” ...

 
Directorio Web