martes, 26 de febrero de 2008

Toro Salvaje



Es genial sentirse fuerte, valiente. Tener la sensación de ser capaz de enfrentar y afrontar el momento. Como Robert de Niro cuando “siendo” Jake La Motta decía, concentrado, potente, "soy el mejor, soy el mejor, soy el mejor...” instantes antes de pelear por el Campeonato Mundial de los Pesos Medios.
No hay nada como estar seguro de saber qué hacer. Antes y después de cada golpe.
"Soy el mejor, soy el mejor, soy el mejor...” repetía. Quizás no se trate de ser mejor que nadie, de medirse con nadie más que con uno mismo. Ser lo mejor que uno puede ser. Y eso es mucho cuando uno se sabe inteligente y sólido.
La certeza de saber qué pasos dar, cómo moverse, es extraordinaria. Igual que el mejor boxeador del Bronx bailaba elegante sobre el cuadrilátero, como si se elevara aún teniendo los pies bien clavados en la lona. Y la de saber graduar y medir las propias fuerzas y hacia dónde dirigirlas para conseguir un objetivo. Y tener claro el objetivo.
“Soy el mejor, soy el mejor, soy el mejor...” Es lo mejor saberse capaz de esquivar los golpes, o, por momentos, saberse también un buen fajador. Ser un digno aspirante.

Pero a veces uno no se siente el mejor. Ni se cree capaz de ser, tan solo, medianamente bueno. A veces, simplemente, uno no “ve” un combate. Ni siquiera sabe si quiere o si debe pelear. Y aparece el temor a perder el norte y acabar como el peor Jake La Motta, equivocado, vencido. Falta voluntad y se impone el miedo. Y el miedo hace retroceder contra las cuerdas o caer aún que nada ni nadie golpee, caer tropezando en los propios pies. A veces el miedo no deja ni subir al ring.

Sólo queda entonces confiar en la propia determinación. Esa que nos salva hasta de nosotros mismos y nos hace sentirnos preparados para disputar, limpiamente, cualquier título.
Sólo queda éso y esperar tener cerca a alguién. Alguién a quién, como el “Toro del Bronx” le pedía a la guapísima Cathy Moriarty, pedirle, después de la pelea, que nos bese las heridas.

 
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