viernes, 24 de abril de 2009

Un rasgueo

A veces pasa.
Extrañamente, en alguna cadena de radio, entre una canción mala y otra peor, oyes algo diferente.
De pronto suena un rasgueo potente que no habías escuchado nunca antes. Son sólo unas notas, pero tienen la determinación suficiente para llamar tu atención. La guitarra eléctrica se impone.
Cuando se une la batería algo te dice que vas a escuchar un buen tema.

Y cuando termina sabes que acabas de conocer un grupo a seguir, que acabas de oírlos por primera vez pero que buscarás otras canciones y otros rasgueos suyos y que, de seguro, no te sentirás defraudado.

Y esa idea, si de verdad te gusta la música, te llena de emoción.

La primera canción que yo escuché de Interpol fue "C´mere".

miércoles, 15 de abril de 2009

Cuando salí de Cuba

Ojalá las medidas tomadas por Obama sean el principio de algo.

Algo que consiga cambiar las mentiras y las verdades de los carteles.



Y ojalá no hubiese comandantes.
Sólo uno, sonando en una música...



Las fotos están tomadas en Cuba en el verano de 2008.
La canción "Hasta siempre comandante" está incluida en el disco "Mi son sabroso" del grupo "Camino Real" de La Habana.

martes, 7 de abril de 2009

En el 2º puerta 3

Cuando el frío del invierno o la lluvia no nos dejaban estar fuera dándole patadas a un balón, patinando, o jugando a lo que fuese, poníamos en marcha el plan B. Y lo pasábamos igual de bien que en la calle o, incluso, mejor.
Era fácil. Se trataba de juntarnos toda la chiquillería del vecindario en uno de los pisos del bloque. La elección de en cuál era un asunto importantísimo, ya que según la casa las actividades variaban.
Por ejemplo en casa de María y Elena dibujábamos, cantábamos o hacíamos recortables. Todo debía ser en plan muy ordenado y civilizado, pero el caso es que, aún sin hacer el bestia, lo pasábamos muy bien.
En mi casa montábamos el tren eléctrico. Lo de que el tren diera vueltas y vueltas carecía de total interés para nosotros, claro, la diversión estaba en apartar la mesa del comedor y amontonar las sillas y extender todo por el suelo y decidir qué vía iba antes de qué otra, cómo montar el cambio de agujas, qué forma darle al recorrido...hubo agrias dispuestas técnicas al respecto, no exentas de violencia en algunos casos.

Pero de todos los pisos posibles que invadir cual okupas infantiles, uno de los favoritos era, sin duda, ¡el 2º puerta 3!
Y es que en el 2º puerta 3 vivía Paula. Y Paula tenía, (¡atención!) ¡¡¡el CinExin!!!


El CinExin era un artículo de lujo en nuestro barrio. Paula lo tenía. El CinExin y las dos películas que venían de regalo en la caja. Y hasta ahí. Porque una cosa es que los padres de Paula se estiraran y le compraran el superjuguete y otra que además le compraran películas de vez en cuando. No estaban los tiempos para semejantes extras.
Pero daba igual.
Aquéllas dos pelis, de un metraje de, segundo más, segundo menos, un minuto, dieron para mucho.
Porque lo de menos era ver a Goofy tropezar mil veces con la tabla de windsurf o a Mickey perder la caravana una vez y otra vez y otra vez... Lo guay era oír el ruidito de la manivela, enfocar a mano, desenfocar adrede, darle rápido rápido o muyyyyy leeeennnntooooo y ver como Paula empezaba a ponerse nerviosa
“¡que le des biennnnnnnnn!” “¡¡que me dejes darle a mí que es míooooooooooooo!!”
Y entonces, alguno
“¡¡¡¡¡nooooooooooooo que me toca a míiiiiiiiiiiii!!!!!”
y otros
“¡¡¡de eso naaaaadaaaaa que tú le diste el otro díaaaaaaaaaaa!!!”
y Paula, insistiendo sin ningún resultado satisfactorio para ella
“¡¡¡¡¡¡jjjjjjjjoooolíiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiin pero que es mííííííoooooooooooo!!!!!!”

El follón que formábamos era importante, sí señor. No es que estuviéramos en plan gafapastas en la filmoteca, no, ¡estábamos dándole caña al CinExin! Y eso conllevaba sus movidas y sus riesgos. Y era genial.

A tanto pasarlo bien también contribuía la madre de Paula, la señora Adela, que por resumir podría decirse que nos dejaba hacer en todo momento ¡lo que nos diera la realísima gana!. Sí, sin lugar a dudas, el 2º puerta 3 era como la autopista sin peaje de la diversión. Y en el ranking de madres con infinita paciencia, la señora Adela ocupaba los primeros puestos.
Incluso nos buscaba trapos, sábanas viejas, cuerdas... para hacer lo más parecido a una pantalla para proyectar, ya que aunque el interior de la propia caja del CinExin servía para ello, no era lo suficientemente grande para nuestras ansias de buen cine.
No hacía falta ser un lince para saber que lo divertido era acercar el proyector y verlo todo pequeñito pequeñito y con unos colores super intensos y después alejar y agrandar la imagen tanto como la habitación diera de sí. Y por mucha sábana que tuviéramos, acabábamos enfocando sobre la pared, lo cuál, dados los dibujos nada discretos del papel pintado, provocaba más de una imagen curiosa.
Pero hablando de superficies de proyección, ¡¡nada como el techo!!
La habitación de Paula tenía dos camas, y allí acabábamos todos tumbados, a mogollón, y viendo a la factoría Disney por las alturas, esquivando las tulipas de la lámpara.
Y era entonces, en medio de la oscuridad, cuando alguno ordenaba la acción más arriesgada que todo proyectista de CinExin debe llevar a cabo alguna vez en su vida:
”¡¡¡dale para atrás, dale para atrássss!!!”
y los demás, inconscientes, a coro
“¡¡¡¡sí, sí, para atrássss, rápido!!!!” “¡¡¡hacia atrás!!!” “¡¡¡hacia atrás!!!”
Y Paula, desesperada, sufriendo
“¡¡¡¡¡¡¡nooooooooooooooo!!!!” “¡¡¡¡¡que me lo váis a romperrrrrrrrrrr!!!!!!!”

¡Cuánto la hicimos rabiar! Pero éramos colegas y nunca llegó la sangre al río. Y siempre todos, también ella, por supuesto, lo pasamos genial con aquél maravilloso CinExin.


No sé si ahí empezó mi gusto por ver películas.
Lo que sí sé que empezó fue una especial querencia por aquella casa que nunca he dejado de visitar, por cada cuarto y cada rincón en dónde tan bien lo pasamos de críos todos juntos.
Y también empezó ahí, con el CinExin de por medio, la amistad con Paula, y el sentimiento que sigue, hoy en día, hacia todos sus hermanos.
Y desde luego empezó entonces el cariño profundo y para siempre hacia sus padres, que hicieron posible, entre otras muchas cosas, que un puñado de muy buenos recuerdos de nuestra infancia tuviera como escenario su casa, el 2º puerta 3.

 
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