Cuando cumplí dieciséis años mi hermano me regaló dos libros. Uno de ellos era “Crónica de una muerte anunciada”.
Leí:
“El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana...”
El contar en la primera frase lo que iba a ocurrir, la precisión de las 5.30, ese nombre tan sonoro, Santiago Nasar, y la tragedia ya sabida... todo ello me atrapó, en ese momento y para siempre, nada más abrir el libro.
Aquél todavía caluroso 6 de Septiembre comencé a leer a García Márquez. Y empecé, aún sin darme cuenta, una costumbre que he seguido desde entonces, leer a García Márquez en verano.
Y es que el sol intentando entrar por una persiana a medio bajar, el bochorno de la hora de la siesta, las altas temperaturas de los días de Agosto o las estrellas y el sonido de los grillos de las noches de Julio, hacen más poderosas, si cabe, las palabras de Gabriel García Márquez, y es fácil imaginarse en Cartagena de Indias, en el río de La Magdalena, en Aracataca o en cualquier lugar del Caribe, en el mismísimo Macondo...
Y leer a García Márquez se convierte en algo especial, algo tan mágico como su propia novela.
Sus palabras hacen posible sentir de verdad el amor entre Florentino Ariza y Fermina Daza, después de toda una vida, o la desolación del coronel esperando esa carta que nunca llega. Y el dolor del amor y de los exorcismos de Sierva María en “Del amor y otros demonios”. Y el terrible sufrimiento de la cándida Eréndira. Los ambientes de Gabriel García Márquez envuelven de tal modo que uno se siente en el desolador velatorio de “La hojarasca” o dentro de la inmensa y en otro tiempo espléndida casa presidencial de “El otoño del patriarca” y por supuesto entre Úrsula Iguarán y José Arcadio Buendía y todos y cada uno de sus descendientes hasta el último, Aureliano, descifrando su historia...
“-Cuál es el apuro de salir a la calle -preguntó.
-El correo.
“Se me había olvidado que hoy es viernes”, comentó ella de regreso al cuarto. El coronel estaba vestido pero sin los pantalones. Ella observó sus zapatos.
-Ya esos zapatos están de botar-dijo-. Sigue poniéndote los botines de charol.
El coronel se sintió desolado.
-Parecen zapatos de huérfano –protestó-. Cada vez que me los pongo me siento fugado de un asilo.
-Nosotros somos huérfanos de nuestro hijo –dijo la mujer.”
“El Coronel no tiene quién le escriba”
“Luego miró a Florentino Ariza, su dominio invencible, su amor impávido, y lo asustó la sospecha tardía de que es la vida, más que la muerte, la que no tiene límites.”
“El amor en los tiempos del cólera”
“...para eternizar la memoria de Esteban, y se iban a romper el espinazo excavando manantiales en las piedras y sembrando flores en los acantilados, para que en los amaneceres de los años venturos los pasajeros de los grandes barcos despertaran sofocados por un olor de jardines en alta mar, y el capitán tuviera que bajar de su alcázar con su uniforme de gala, con su astrolabio, su estrella polar y su ristra de medallas de guerra, y señalando el promontorio de rosas en el horizonte del Caribe dijera en catorce idiomas, miren allá, donde el viento es ahora tan manso que se queda a dormir debajo de las camas, allá, donde el sol brilla tanto que no saben hacia dónde girar los girasoles, sí, allá, es el pueblo de Esteban."
“El ahogado más hermoso del mundo”
"...y jugar a la guerra en las calles abrasantes. Pues el calor era tan inverosímil, sobre todo durante la siesta, que los adultos se quejaban de él como si fuera una sorpresa de cada día."
"Vivir para contarla"
“Cuando terminó, Cayetano tomó la mano de Sierva María y la puso sobre su corazón. Ella sintió dentro el fragor de su tormenta.
“Siempre estoy así”, dijo él.
Y sin darle tiempo al pánico se liberó de la materia turbia que le impedía vivir. Le confesó que no tenía un instante sin pensar en ella, que cuanto comía y bebía tenía el sabor de ella, que la vida era ella a toda hora y en todas partes, como sólo Dios tenía el derecho y el poder de serlo, y que el gozo supremo de su corazón sería morirse con ella. Siguió hablándole sin mirarla, con la misma fluidez y el calor con que recitaba, hasta que tuvo la impresión de que Sierva María se había dormido. Pero estaba despierta, fijos en él sus ojos de cierva azorada."
“Del amor y otros demonios”
Se podrían elegir muchas palabras de García Márquez. Unas frases de cada página de cada relato de cada obra suya, pequeñas muestras como las anteriores. O como el relato magnífico y rotundo del final de las siete generaciones de la familia Buendía y del pueblo de Macondo.
“...y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.”
“Cien años de soledad”