Dos veces
Una vez sólamente he estado enferma. Y cada vez que lo pienso, agradezco la grandísima suerte que tengo de tener salud, y deseo con todas mis fuerzas que se curen aquéllos que estén enfermos.
Sólo una vez. Aunque esa vez mi columna dañada me llevase al quirófano y a una rehabilitación de siete meses.
Pero es muy duro recordar aquéllo.
Mejor cambiaré el tono de este post.
He dicho una vez. Excepto algún catarro y dos esguinces, nada. Muy chulita, yo, presumiendo de salud siempre. Nada de alergias, jaquecas, una otitis, miopía, nada...Yo me he dicho muchas veces: ”por no tener, no has tenido ni la gripe”, así, tuteándome, con confianza. Y seguía hablándome a mí misma: “Cristina, en Esparta te hubieras agarrado al monte Itome, fijo que sí”. Yo, bien creída, llamándome por mi propio nombre.
Una vez sólamente.
Hasta hace unos días. No se me está mal. Por sobrada.
Hace unos días un virus gástrico decidió entrar en mi cuerpo. Como si fuera un Alien de serie Z de estas pelis de Caronte, el puto virus no sólo entró sino que se quedó ahí, agazapado, incubándose a sí mismo. ¡Traidor! Según dijo la doctora la tragedia empezó el fin de semana y fue el lunes a las siete de la mañana el momento en el que el virus agresor decidió manifestarse. El muy cabrón obligó a mi estómago a expulsar fuera de sí todo tipo de materia sólida o líquida una vez y otra vez y otra y otra y...
Y en cada una de esas veces yo, hasta hace poco la más guay de las ciudadanas de Esparta, iba perdiendo fuerzas, ánimos, voluntad...
Me lo tengo merecido. Por creerme la más fuerte.
El maldito bicho provocó otro tipo de desórdenes como por ejemplo una subida de la temperatura que me hizo tener mucho frío y acabar metiéndome en la cama, atención, es difícil escribir ésto, pero allá va: ¡¡con calcetines!! Estaba perdiendo la salud pero acababa de ganar el premio a la cutrez.
La noción del tiempo se pierde cuando todo gira en torno al cuarto de baño, pero el hecho es que pasaron horas y horas y más horas del día siguiente y más y más... A esas alturas el malnacido se había apoderado no sólo de mi estómago, sino también de mis intestinos, mi ritmo cardíaco y de mi dignidad.
Y así seguí, oh, mísera de mí, sufriendo. Y cuando estaba a punto de entregarle al resistente virus hasta mi alma, el “Primperán” empezó a hacer efecto. Viva la Medicina. Y vivan Pasteur, Fleming, Koch, Lipster, el Dr. Barnard, Ramón y Cajal...y tantos otros que hacen posible que yo, por segunda vez, haya vuelto del túnel y siga en el mundo de los vivos.
Y para que se vea que no he exagerado nada, ahí dejo una foto de mí misma y de los efectos del jodido virus.
He sentido la fría mano de la muerte.